Autonomía Universitaria, papel fundamental para preservar la Diversidad de las Ideas

La Autonomía Universitaria es un Derecho establecido por la Constitución. (Fracc. VII, Artículo Tercero). En la Diversidad, para mantener la Libertad que otorga la Autonomía

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Por: Dr. Gilberto de los Santos Cruz

Desde su creación la real y pontificia universidad de México según la cedula de septiembre de 1551, ha observado diversos cambios que comprenden desde la clausura por los liberales en 1833 bajo el argumento de que era una Institución perniciosa, inútil e irreformable hasta las supresiones y apertura correspondientes, dictadas por los grupos en pugna que se recambiaban en el poder el siglo pasado.

Ya en los primeros lustros de nuestro siglo se emprendieron reformas en la Universidad, pero no fue sino hasta 1929 cuando las circunstancias favorables de la sucesión presidencial. Que experimentaban una división en el seno del Partido dominante, junto con el descontento estudiantil generalizado, presionaron al mandatario Emilio Portes Gil a conceder por razones políticas una autonomía limitada que tenía como fin neutralizar el Movimiento Universitario.

La Ley aprobada el 10 de julio de 1929 definía esta casa de estudios como una corporación pública autónoma con plena personalidad jurídica, aunque destacaba que sería una Institución del Estado, en el sentido de responder a sus ideales. En 1933 el dictado de una Ley orgánica dio pie para establecer la plena autonomía, el consejo Universitario ganó la facultad para nombrar un Rector, que se escogía de una terna de candidatos propuestos por el Presidente de la República en turno. Su independencia se considera en tres aspectos, en lo académico, en su gobierno y en el manejo de su presupuesto.

Finalmente, en1944, una nueva Ley Orgánica, aún vigente caracterizó a la Universidad como un órgano descentralizado del Estado, desde entonces el gobierno se considera a sí mismo como árbitro de esa casa de estudios.

La autonomía universitaria es un derecho establecido en la constitución. La fracción séptima del artículo tercero  establece  que las universidades y las demás instituciones de educación superior autónomas tendrán la facultad y la responsabilidad de gobernarse a sí mismas; realizarán sus fines de educar, investigar y difundir la cultura; respetarán la libertad de cátedra e investigación y de libre examen y discusión de las ideas; determinarán sus planes y programas; fijarán los términos de ingreso, promoción y permanencia de su personal académico y administrarán su patrimonio.

La autonomía no es solamente el reconocimiento a la mayoría de edad de las universidades, es además un reconocimiento a su fortaleza. Pero, sobre todo, la autonomía es una pieza fundamental para asegurar la supervivencia de la creatividad en la ciencia y la cultura; para promover la civilidad en la sociedad al fomentar la discusión crítica sin violencia, apelando a las evidencias y a la argumentación. Por ello, la autonomía juega también un importante papel en el fortalecimiento de la democracia. Debe destacarse el respeto a la libertad de cátedra e investigación y el libre examen y discusión de las ideas: esta libertad es la garantía de la creatividad, la innovación y la preservación de la pluralidad y la diversidad de las ideas.

Las universidades son como un banco productor y reproductor, no biológico, de ideas, conocimientos, arte, cultura, valores, posibilidades, ideologías, religiones, entre otros. La historia nos ha enseñado en infinidad de ocasiones que, tanto en las verdades más robustas como en las teorías más aceptadas, los humanos más sabios han estado equivocados. Incluso en las ciencias denominadas duras son frecuentes las sorpresas que modifican de manera radical el conocimiento aceptado al presenciar nuevas evidencias. Algunos pugnan por una universidad de izquierda o de derecha; otros más pretenden eliminar contenidos y hasta cursos completos porque los consideran inútiles, y a otros les molesta la formación de ingenieros y profesiones afines porque los consideran tecnocráticas. Más aún, hay quienes creen saber cuál es el mejor modelo de universidad y pretenden eliminar todo aquello que no se ciña a esa idea. Sin embargo, lo único que puede garantizar la supervivencia de los ciudadanos y de las sociedades en el futuro, igual que en el caso de los seres vivos, es la diversidad. No sólo en la oferta educativa sino en el corazón mismo de las instituciones de educación superior que son los académicos, en su labor de investigación, de innovación y de análisis crítico en las ciencias y en la cultura. Y esta diversidad sólo puede mantenerse con la libertad que otorga la autonomía.

No es difícil imaginar el terrible desenlace en un país en el que las universidades estuvieran controladas por alguna religión o ideología. En primer lugar, como ocurre en las dictaduras, se dejarían de lado todos los puntos de vista, y hasta los conocimientos, que fueran distintos a los aceptados por el poder y la crítica sería inaceptable. Quizá lo más importante, la probabilidad de equivocarse crecería enormemente. Con todo ello estaríamos también perdiendo la oportunidad de formar seres humanos diversos que pensaran de manera distinta a los grupos hegemónicos y abrieran las posibilidades a los cambios y a la innovación. El papel fundamental de las universidades es preservar la diversidad de las ideas. Ninguna universidad ha estado alineada de manera absoluta ni con el poder ni con la oposición; todas las voces han estado presentes en esos recintos. Los cuerpos colegiados encargados de los nombramientos de rectores deben ser plurales, prudentes, razonables conscientes de la importancia de un análisis científico en sentido amplio y de la necesidad de contar y evaluar las evidencias— y conocedores de las instituciones. En estos cuerpos colegiados nunca deberá estar ausente la opinión diversa de los universitarios.

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